sábado, 15 de enero de 2011

Zitarrosa. Un corazón herido




Zitarrosa visto por Arotxa


Un enero, a ser preciso un  día 17 , falleció hace  22 años  Alfredo Zitarrosa. Se fue con su estampa, seria y adusta y su corazón expresado en coplas . Quedó enredado entre nosotros en la belleza de su poética , en la  emoción convocante de su música , desde su  indisimulable  uruguayez, y en la rigurosa coherencia de su angustia existencial infinita como el humo de sus interminables cigarrillos y las miradas hundidas en el fondo de las copas compañeras de tanto boliche de grappa y amistad.

"Llegaba como llega el día en las enramadas:
un puña’o de trinos, un murmullo de alas,
y un beso prendido en el pico, como una calandria"



Así , con un sacudón emocional enorme llegó el primer  Zitarrosa a mis 20s. Nada sabíamos entonces de tanto retorcijón ideológico que vendría, que fatalmente vino , y fue a caballo de uno u otro gallo furioso  golpeandónos a todos.   Todos sufrimos la derrota de uno por el otro, el artista, el hombre, el ser humano, Zitarrosa, también. Por supuesto. Según dicen sus íntimos, mucho más que otros desde que su construcción de persona no soportaba la idea del exilio, no procesaba absolutamente el desarraigo. Quizá su muerte tenga un porcentaje inmedible de  sus  causas, enraizadas profundamente  en esas penas negras. 

Yo recuerdo como si fuera reciente, el día que el ómnibus de la vieja   empresa  -ONDA - desaparecida como tantas cosas, trajo a festejar y endulzar mis inquietos  19 años en pueblo chico,  un paquete enamorado   conteniendo  un libro: Doctor Zhivago, un  clásico: la Patética de Chaikoski y un disco de tapa oscura y música luminosa , con la fotografía de un hombre en sombras en su tapa: era el primer Long Play de Zitarrosa: Canta Zitarrosa

Creo que nunca pude reponerme de las emociones que despertaron  La Coyunda, Milonga de ojos dorados, Milonga para una niña y esa pequeña gran historia del maestro Lena, Por Prudencio Correa. El viejo y para parámetros modernos enorme disco de vinilo, me acompañó muchos años. Anduvo por el mundo viajando conmigo y consolando  búsquedas existenciales de por si inciertas y todavía anda por ahí ,puesto en custodia  en estantes protectores y amigos.

Zitarrosa es un ser universal. Como tal pertenece a todos. No ha sufrido la mutilación de otros artistas encasillados por las circunstancias de la época que le tocó vivir. Poco preocupa su anarquismo, su incondicional adhesión en contra de todo aquello que autorice a ser autoritario y despótico. Su clara visión de hombre de izquierda a la izquierda. Nada de eso le quitó la posibilidad de ser amado casi sin excepciones por los uruguayos. Los de fuera y los de dentro, que la época suya fue la de irse. Tener que irse, porque lo iban los temores ciertos de caer en manos de esbirros del poder de turno, o porque- es de mi caso- nos iban la atroz situación económica, subsidiaria de la política en la que se encontraba el país y nos dejaba a los jóvenes vacíos no solamente de futuro  en  sentido  lato, sino peor aún, baldíos de ilusiones.    Exiliados económicos desprovistos de toda  épica .

Nunca fue gloriosa la desesperanza ni ser pobre de solemnidad. Subir al avión envuelto en lágrimas dignificaba y ennoblecía en algo la gris desesperación de aquellas épocas tristes.


Tapa del primer LP de Zitarrosa


Porque creo que en algo se identifican estos humildes versos con Zitarrosa, soñador empedernido, triste de calamidad, dueños de las infinitas angustias de esta existencia, donde los raros no encuentran jamás demasiados espacios para anidar sus sueños y fantasías. De mi , que jamás podré retornar a ser el muchacho que junto con sus canciones me enamoraba a las orillas del río de mi pueblo, sin que mediaran ni importaran  demasiados los  watts de volumen entre lo que oía y lo que sentía.

A Alfredo Zitarrosa, le debemos todos los de mi tiempo un abrazo grande, cálido y lleno de amor.
Vayan en tal sentido mis pájaros y sueños hechos verso,  volando a donde esté.


Pájaros y sueños. Poema

¿Sueñas?

Entonces, pájaros atolondrados,
Romperán  revoltosos,
picos  desocupados en tus ventanas.

¿Dudas?

Entonces ,pájaros esquivos ,
llegarán y se  irán,
Y se dejarán ver en  su vuelo inútil
solo  por un  instante .

¿Piensas?

Cuidado,
Puede ser que distraido
Perdido en  universos  incongruentes,
Construyendo  lo imposible
Te prives de sus  hermosos  vuelos.        

¿Amas al otro? 

 Cuidado!!
Hermosos  y no,
Los de esta especie
Generalmente tienen ,
Además ,
de distintas formas de belleza
Además de la capacidad,
De producir encantamiento,
Tienen no tengas dudas ,
-Ni por dios te permitas,
el pecado trasnochado
de calificar de incauto-
Un pico desgarrante ,
afiladas uñas en sus manos
Que  a veces,
- No siempre,
No todos,
Por suerte -
utilizan como garras.

j.n.viana
Montevideo.Villa Española. Junio 22/ 2002.

  • Datos de su vida y  de su obra   



Uruguayo... y en Madrid




Alfredo Zitarrosa, nació en Montevideo, Uruguay, el 10 de marzo de 1936.
Su vida en una zona rural del país hasta su adolescencia, influye notoriamente en lo que será su repertorio, esencialmente de raíz campesina.

Se inicia como cantor profesional en el Perú, en 1963, cuando a instancias de un amigo suyo se presenta en un programa televisivo de la ciudad de Lima. Durante su viaje de regreso al Uruguay, canta en un programa radial de la ciudad de La Paz, Bolivia.

Hasta entonces se había desempeñado como periodista y locutor radial, trabajando en varias emisoras de Montevideo.

Más tarde sería un brillante cronista del célebre semanario “Marcha”, dirigido por Don Carlos Quijano.

La difusión radial sorpresiva de algunas canciones que había grabado a instancias de sus amigos, compañeros de labor, caló hondo en el público oyente, identificado profundamente con su canto, que parece encontrar en Zitarrosa una voz honesta y una forma de cantar “a lo uruguayo”, que da comienzo a una relación que no quebrará ni la propia muerte.



Su debut como cantor profesional en Montevideo, tuvo lugar en el auditorio del SODRE (Servicio Oficial de Difusión Radioeléctrica) en 1964.

Su primer disco publicado, “Canta Zitarrosa”, abrió el camino de la difusión de la música nacional de este género en su tierra, compitiendo en ventas con el fenómeno popular de la época: los “Beatles”. Fue un militante defensor de los derechos de los artistas nacionales y de la producción de estos, como las de Viglietti, Los Olimareños, Capella, Palacios, entre otros, representativos como él del sentir nacional.

Desde 1965 hasta 1988 grabó aproximadamente cuarenta discos larga duración, en diferentes países, fundamentalmente en Uruguay y Argentina.
Recibió en vida innumerables distinciones y premios, aparte de la permantente marca en ventas discográficas, entre las que se destaca la Condecoración con la Orden ‘Francisco de Miranda' por parte del presidente de Venezuela en 1978.

Debido a su militancia política su canción es prohibida en Uruguay a partir de las elecciones de 1971 (prohibición que se consolida con el establecimiento de la dictadura cívico-militar el 27 de junio de 1973). Con el recrudecimiento de la persecución, habiendo sido convencido de que su canto sólo sería útil a la causa del pueblo desde fuera, debe salir al exilio en 1976, primero rumbo a Argentina, hasta el comienzo de la dictadura militar en aquel país, hasta que debe partir (por la misma causa que del Uruguay) para radicar en España donde estuvo residiendo hasta abril de 1979. Desde ese momento vivió en México, donde aparte de cantar, desarrolló actividades periodísticas en el diario “Excelsior” y en “Radio Educación” con su programa “Casi en privado”. Durante este período, a pesar de ser reconocido por él mismo como el menos creativo debido al dolor por el desarraigo, graba y edita varios discos en España, México y Venezuela. Asimismo participa activamente de diversos festivales internacionales, como abanderado de la lucha a favor de la libertad del pueblo uruguayo y de otras naciones oprimidas por gobiernos de corte fascista, y como referente ineludible del canto popular uruguayo y latinoamericano.

Levantada la prohibición de su canto en Argentina en 1983, es contratado para realizar un recital en ese país, oportunidad que es aprovechada por Zitarrosa para acercarse a su tierra, pasando a residir en Buenos Aires, hasta el momento que fuera posible su regreso al Uruguay. Allí realiza –entre otras- una memorable actuación en el estadio de Obras Sanitarias, donde al presentarse ante el público que colmaba el estadio, solicita su permiso: “Ojalá a partir de este momento ustedes me autoricen a seguir cantando a nombre de mi tierra”.


El 31 de marzo de 1984, es recibido por una multitud que lo aclama y lo acompaña, desde el aeropuerto, por todo Montevideo, en una circunstancia que es defida por él mismo como “la experiencia más importante de su vida”, lleno de una emoción profunda de alegría por el rencuentro con su tierra, con los amigos, sus “hermanos”, y la profunda alegría por el regreso a su amado país.

Una vez en su tierra realiza conciertos por todo el país y edita nuevos trabajos discográficos, entre los que presenta la serie “Melodía Larga”, milongas instrumentales para conjunto de guitarras, guitarrón y otros instrumentos de uso típico en el Jazz.

En 1988 edita por primera vez su obra literaria como tal en el libro de cuentos “Por si el recuerdo”, que recopila historias escritas durante sus últimos treinta años.

Su temprano y sorpresivo fallecimiento, en Montevideo, el 17 de enero de 1989, repercutió tan hondamente en el pueblo, en toda la comunidad hispano y latinoamericana, y en otros tantos países, al extremo tal que “el mundo entero fue una limpia e inmensa lágrima”.

Como poeta, integra en sus canciones el sector de mundo que le tocó vivir. Encontró, deshaciéndose, las esquivas palabras que simulan pasiones, historias, fábulas y esperanzas. Encontró, las palabras convenientes, las más precisas para sus descripciones: “Mariposa marrón de madera”; “Puedo enseñarte a volar / pero no seguirte el vuelo”; “Tú no pediste la guerra / Madre tierra, yo lo sé”.

Como músico, componiendo a favor de la guitarra y por milonga, creó un estilo de arreglos “a lo Zitarrosa”, con el sello de su creatividad musical, impuso este género como un estilo popular vivo. Fue impulsor del concepto de la fusión musical en el uruguay, llegando en su último trabajo discográfico a asimilar desde la milonga al rock, continuando la búsqueda de lo que él mismo definó, en 1969, como un “auténtico jazz del sur”, en base a la milonga.

Hombre de prodigiosa erudición, fue un narrador brillante, quien logró además a través de sus “Fábulas Materialistas” (recopiladas y publicadas en libro, por su familia, en el 2001), una sabrosa mezcla surrealista de ciencia, mito y humor.

Pero en Zitarrosa coexistían, además, los insólitos Diamólogos, el entrevistador agudo en “Marcha”, el locutor que creó toda una escuela del decir radial. No debe olvidarse un lejano trabajo crítico de Alfredo sobre “el cantor alienante y el público alienado”. Allí, este hombre de seductora voz, de presencia imponente en el escenario, alertaba al lector sobre posibles alienaciones ante la “figura” de un artista, ante la aureola de un astro que prácticamente invalidaban toda audición crítica; toda audición que realmente atendiera lo que el artista estaba “dando” sobre el escenario. Abreviemos: nos enseñaba que siempre debemos oír críticamente al artista.

ALFREDO ZITARROSA
Crónicas
Entrevistas para "Marcha"


Onetti y la magia del mago

Junio 25, 1965.


Hay toda una mitología preparada para sostenerlo. Vive en un apartamento de la calle Gonzalo Ramírez, donde toma cerveza, ciñéndose los pantalones por debajo del abdomen. Su impermeabilidad mítica, su "aspereza", si no bastaran la fama y el malentendido para dotarla de significados que se renuevan, a despecho o a favor de la realidad, viéndolo a él y hablándole, parecen solo unos signos y unos gestos más, manejados a conciencia, una parte significativa de su lenguaje (¿medios o fines del arte?), que apenas alcanzan a encubrir el poco enigmático estrabismo, la ternura y la hombría dulce de este hombre con lentes que es Onetti. En fin, hay que averiguárselas para presentarlo en términos que justifiquen un reportaje más, con un preámbulo completo que lo ponga al alcance de la mano, porque está vivito y coleando, hay que decirlo. ¿Y quién no le teme a Onetti, quién le conversa de algo a ese triste apasionado, aunque se trate de conversar sobre Gardel?
Menuda tarea le tocó, ir a ver a Onetti, escribir sobre tamaña cosa. Cuando le encargaron la nota, primero no contestó; la cabeza le trabajó de varias maneras, y, después que compuso unos razonamientos adecuados, aceptó. Pensó en "la fuerza de realidad que tienen los pensamientos de los que piensan poco, sobre todo cuando no divagan..." (El Pozo. Onetti. Mont. 1939, p. 40). Después quiso recurrir al mismísimo Gardel, pero no pudo evocar ningún tango apropiado para esa circunstancia. Llamó un taxi mientras se autosugería otras frases reguladoras, éstas de su propio ingenio, tales como "ahora sí que estás frito", etc., y con aquella disposición de espíritu indicó la dirección dudosa que le habían dado. Tuvo suerte porque se equivocó y se bajó mal. Estaba oscuro como se debe, prendió un fósforo y tocó el timbre de la primera portería del primer edificio grande que vio, preguntando si ahí vivía Onetti. Cosa sorprendente, vivía ahí. Entonces subió al sexto piso. Verdaderamente, dice que sucedió de esta manera:
Cuando después de varios minutos se abrió la puerta, apareció un individuo alto, idéntico al retrato de Sabat, ése donde parece un pez-martillo. Me miró como a un germen, con leve fastidio y con curiosidad implícita.
—¿El señor Juan Carlos Onetti?
Tal vez para emplear una frase amenazadora, hizo una pausa y me contestó:
—Onetti.
Yo hice otra pausa, tragué saliva y empecé a explicarle que venía a molestarlo para hacerle unas preguntas sobre Gardel. Creo que seguí hablando sobre la molestia, aunque él ya me había hecho entrar —a veces me paso de sensibilidad—, pero estoy seguro de haberme referido también al honor que representaba para mí. Lo cierto y sin embargo es que, cuando quise acordar estaba solo y él se había ido para la cocina. En la pared había pegados numerosos recortes, fotos y una cédula de identidad que me llamó la atención, pinchada encima de una descripción tipométrica del rostro, con la interpretación científica de la descripción, escrita a máquina; era una cédula de Onetti.
Cuando escuché que volvía, aquel silencio ya era insoportable. Tal vez me imaginaba (y quería ahuyentarlas), unas dificultades enormes para hablar; o tal vez estuve atribuyéndoselas a él, por esos movimientos lentos que hace, ceremoniales, o por aquel ritmo reflexivo de sus frases cortas, las pocas que había dicho. Le pregunté sin preámbulos por qué era tan famoso; sin alcanzar a ver lo indecoroso de aquella cuestión, vi que se sentaba, y dijo:
—Porque la fama es puro cuento, botija.
Sobrevino el silencio otra vez. Irremediablemente yo habría quedado bajo los efectos de mi torpeza, si no hubiera sido porque él consiguió lápiz y papel, abrió una botella, me invitó a sentarme y me explicó lentamente, para empezar, qué difícil nos iba a ser, hablar de Gardel.
Lo conocí en el teatro 18, cantando. Después lo vi varias veces, de mesa a mesa, en aquel café donde se comían unas milanesas redondas, al lado del Tupí Viejo. "Hoyos de Monterrey"; vos no lo conociste. Era en aquella época de la zarzuela (no puede afirmarse que haya dicho exactamente eso; probablemente se refirió a "la compañía de zarzuela en la que actuó Gardel"; años 30), un desastre de compañía, y la gente llegaba al final, para oírlo cantar; a esa hora había un repunte bestial en la venta de las entradas. La temporada iba mal; Gardel entraba como fin de fiesta. (A una pregunta sobre si Gardel, a su juicio, era un hombre triste): Tenía esa clase de tristeza que sale de adentro, que surge de un problema interior, aunque el problema interior no se sabe nunca de donde viene. Nunca hablé con él, solamente lo veía, de vez en cuando (Onetti tenía unos veinte años) en ese café que te digo, de madrugada. Hablaba poco, era cortés y retraído y daba la impresión de ser tímido. Tenía una gran cordialidad; yo lo veía escuchando a todo el mundo con verdadera atención y siempre sonreía.
(Sobre las mujeres de Gardel). Nunca lo vi con ninguna mujer y se sabe que no era hombre de hacer alardes. (Juanita Larrauri). Hubo sí, una tal Juanita Larrauri, que fue diputado peronista y que publicó una serie de notas en uno de esos pasquines, diciendo que Gardel estaba loco por ella. Pero era vanidad femenina, y para peor póstuma. (Se conversó un poco de ese tema, queriendo vincularlo con algún parecer personal de Onetti sobre lo legendario en general, sobre el olvido o sobre Artigas). Yo vinculo el protectorado de Artigas a las semejanzas espirituales notorias entre el hombre de las Misiones, de Comentes y Entre Ríos con nuestro hombre. Aunque ahora, el montevideano en particular, venga a ser, en lo referente a esa espiritualidad y comparado con el hombre del campo, algo así como el porteño para nosotros. Artigas forma parte de una genealogía que se dan los pueblos, obligatoriamente, como se la dan las familias pobres, y en las que son necesarios tanto el héroe nacional como el poeta nacional. Si ustedes tienen a Napoleón nosotros tenemos a Artigas, si ustedes tienen a Baudelaire nosotros tenemos a Zorrilla. Gardel es parte inseparable de la genealogía de los pueblos del Plata. (Sobre la verdadera nacionalidad de Gardel): Para mí era francés.
(¿Cuál tango de Gardel le gusta más?) ¿Te das cuenta que siempre se dice "los tangos de Gardel? Y sin embargo no hay ningún tango de él. ¿Te das cuenta que Gardel es el tango? A mí me gustan todos. No sé, podría indicarte que me gusta "Mano a mano". (¿Cuáles serían los tangos que él cantaba con más "sentimiento"?). Él sentía más ese tipo de tango melancólico y cínico: "por qué me das dique señora de grupo". Y aquel otro, "Tortazos": "qué haces tres veces qué haces... No te rompo de un tortazo por no pegarte en la calle...". La mejor postura que tenía era la del "fioca" postergado, la que le cuadraba mejor; para mí el Gardel más auténtico es ése.
(¿Se puede comparar a Gardel con otros cantores?) ¿Vos estás loco? Yo tengo una radio piojosa y escucho solamente Sodre y Gardel. (Con guitarra o con orquesta). Me gustan más los tangos con guitarra. (¿Era buen actor? ¿Qué opina de sus películas?). Horrorosas. ¿Cuál es una en la que engancha a una mujer con el lazo? Era cantor, ¿entendés? Hasta cuando hablaba cantaba; no hay más que escuchar las grabaciones de algunas películas: "Margarita...". (La charla sobre Gardel, que "iba a ser difícil", a medida que transcurría se hacía más fluida y personal. Onetti cantaba o recitaba las letras todo lo que quería, a veces eludiendo las preguntas. A menudo dijo cosas que habría sido necesario transcribir exactamente, pero acaso lo más importante fuese consignar el "como" —cerraba los ojos y cantaba— y el "porqué" —para quien tenía que escucharlo forzosamente, admiración y curiosidad mediantes— de aquella fluidez repentina que cobró la conversación.
—Onetti, ¿alguna vez le dio por cantar a usted?
—Sí, me dio y me dieron —(había dos estuches de violín cerca de la mesa).
—¿Usted toca el violín?
—Sí, toco. Lo que más me gusta tocar es "Amurado". (Por supuesto, nunca tocó el violín).
—¿Y qué habría opinado Gardel, si hubiera leído "El Pozo"?
—Yo no sé sí sabía leer (transición y agarra el tono otra vez) "Como se pianta la vidaaaa...", etc.
—¿Le habría gustado que Gardel cantara alguna cosa que no cantó?
—Sí. "La Berceuse bleu" de Julio Herrera.
—¿Gardel era inteligente, Onetti? —volvió a cerrar los ojos, pensó un poco, los abrió, me miró con la misma mirada aquella, remitiéndome al porta-objeto y dijo:
—¡Sí...! ¡Y chau!
Yo ya me iba. No sabía cómo hacer para despedirme, para abrirme camino y salir de aquel apartamento, con Gardel muerto hace 30 años sobre mis propias espaldas, con Onetti cantando y observándome cada pelo a ver cómo hacía para saludar. Se ve que notó todo, incluidas mi tribulación y mis dudas sobre el éxito del reportaje y me ofreció una respuesta más, sin pregunta previa, cosa de darme ánimo:
—Decí que lo más importante que ha sucedido en el Uruguay en materia artística, se llama Carlos Gardel.
Cuando llegué a mi casa y me puse a revisar las notas de la entrevista, me encontré que en una de las hojas, misteriosamente —y no sé cómo se las habrá arreglado para eso—, Onetti había escrito bien claro, con tinta azul: "Oh, tú, joven tarado, ¿qué piensas de Gardel?".




 

Su familia, con el apoyo de amigos y personalidades de la cultura, entre otros, en honor a su ejemplo artístico y ético, en la fecha de su nacimiento, el 10 de marzo del 2004, declara la creación de la Fundación que lleva su nombre, para preservar su legado y trabajar, a favor de la cultura, de los valores humanistas e ideales sociales, como lo hizo Zitarrosa, del mismo modo que él los defendió y cantó.

En opinión del poeta Washington Benavides, Zitarrosa es “un hombre renacentista, atento a todo aquello que significa cambiar la vida”. El poeta Saúl Ibargoyen lo define como “un hombre y un artista con la magia de crear Luz de donde sólo hay tinieblas”.


Misión de la Fundación

La Fundación fue creada (por las hijas del artista y el apoyo de amigos) con la Misión de mantener viva la presencia de Alfredo Zitarrosa en su dimensión humana, promoviendo su figura y su obra, y colaborando en la protección de éstas.
Colabora también, con el mantenimiento y la preservación de su legado, con especial atención a su archivo documental y personal, por ser parte fundamental del patrimonio cultural uruguayo, y referente de su identidad.
Por extensión, promueve y defiende el patrimonio cultural y la creación artística uruguayas en general, en el contexto de la identidad cultural latinoamericana.
Sustentada en el pensamiento y los ideales de Zitarrosa, promueve y defiende sus valores humanistas, tales como la solidaridad, la libertad, la justicia, y el respeto a los derechos humanos, a través del acceso al arte y las expresiones culturales, como derecho fundamental del ser humano y herramienta para su desarrollo pleno.

Fuente:
www.fundacionzitarrosa.org


Visita virtual a la sala Zitarrosa






Producción literaria de Alfredo Zitarrosa
  • Uno de sus cuentos:

Tente en el aire. Cuento

Aquí son verde esmeralda. Los llamamos colibríes, picaflores, pájaros-mosca, tente-en-el aire, o pájaros-joya. Son los enanos del mundo de las aves, apodiformes (clasificados sistemáticamente en esa forma, justamente porque reciben toda clase de apodos: jova-mosca-flor) y pertenecen a la familia de los troquílidos, que apenas alcanzan el tamaño de un abejón. Sus alitas vibran de setenta y cinco a cien veces por segundo, de modo que pueden permanecer inmóviles, si eso necesitan, aguardando la apertura de una flor o para capturar un pequeñísimo insecto.
Curiosamente, los nuestros responden por sus características a los pigmeos entre los pigmeos de esta especie, casi idénticos a los llamados "sunsún de Cuba", que miden menos de seis centímetros, de los cuales más de dos y medio corresponden al delgado pico y a la pequeña cola, formada por doce timoneras. En Cuba tienen la garganta carmesí: aquí no; su garganta es de un gris oscuro; pero por todo lo demás, por su pico negro, la parte superior del cuerpo y la cola azul-verde, son iguales, estas criaturas primaverales, a los colibríes cubanos, de verano eterno.
Me jacto de conocerlos mejor que muchos a estos animalitos y voy a decir por qué.
El jardincito era interior. Yo había alquilado el apartamento del fondo de una casona, donde vivía, solitario, no sólo porque el dóberman era temible, sino porque, después de una segunda separación de mi mujer fabuladora -dicen que la tercera es la vencida-, quería tomarme mi tiempo para razonar, elaborar el porqué de nuestras desdichas padecidas. Exiliados, desexiliados, amándonos, necesitándonos, mi mujer y yo habíamos sido compañeros a pesar de carecer, ambos, de una familia sólida. Yo también fabulaba a veces, en particular cuando se trataba de hablar de mi pasado. Era como si ambos fuésemos pájaros pigmeos desde nacidos.
Los colibríes tienen un tronco minúsculo, pero, sin embargo muy fuerte: las patitas cortas, provistas con uñas idóneas, son capaces de agarrarse a las más pequeñas rugosidades. Creo que así vivimos, mi ex mujer y yo, durante años, posándonos cada uno en el otro, alternativamente, en las finas grietas de nuestras almas respectivas que se amaron entre remotos dolores durante casi veinte años. El apartamento que yo alquilaba, mientras aguardaba una tercera oportunidad -ella tal vez ya no-, tenía una puerta de hierro con doble traba, porque había sido depósito de zapatos. Caros, zapatos caros, de artesanía. Y tenía un porchecito. recubierto, como forrado finamente por una santarrita bermeja.
Ese setiembre, yo había descubierto, colgando brevemente de un gajo grueso, cierto nido minúsculo del tamaño de una ciruela, al que acudían, zumbando, y en horas desparejas, colibríes. Estaba frente a la puerta el pequeño nido, que los primeros días me parecía ser algo así como un fruto de enredadera. Hasta que comprendí que era un nido escondido, disimulado, inverosímil, comparado con los de cualquier otro pájaro.
María Jimena y yo, una noche, después de analizar nuestras vidas durante tres horas o más, decidimos que no había una vencida, una tercera oportunidad. Nuestras hijas iban a quedar a su cargo, yo me comprometía a pasarle una pensión alimenticia, la casa adquirida iba a quedar a su nombre, yo resignaba mi parte asumiéndome como arrendatario, ella a su vez dijo quererme bien, desearme lo mejor, etc. Pero el caso es que allí, esa madrugada, yo comprendí que la santarrita no fructifica en nidos, sino que es una planta trepadora, que se adorna a sí misma, con flores carmesí.
Esa noche de nuestra despedida con María Jimena, no pude dormir. A las seis de la mañana preparé el mate, abrí la puerta de hierro, encendí la grabadora para escuchar ciertos sonidos previos al hundimiento definitivo de mis mejores recuerdos, y mientras en la grabadora sonaban aquellas cosas registradas la víspera, escuché "zzzzzz", "zzzzzzz"... Eran los colibríes. Octubre. Iban y venían y eran dos. Por aquella capsulita torda, mimetizada con la enredadera, asomaban dos piquitos negros que nunca había visto. Macho y hembra, padre y madre, iban y venían de las flores al nidito, deteniéndose incomprensibles para inyectar néctar en aquellos piquitos minúsculos. Suspendí a Erik Satie, que sonaba a mi gusto esa mañana, me bañé, me vestí y salí en la bicicleta, encargándole al dóberman, como si pudiera entenderme, que cuidase aquel nido. Había dejado abierta la puerta de hierro, y la radio encendida. No podía sacarme a mi mujer de la cabeza. Pedaleé toda la mañana, hasta agotarme.
Almorcé en un pequeño balneario de la costa de Canelones y emprendí el regreso.
Con muy bajo volumen en la radio sonaba la "Patética" y en la habitación contigua a la salita un zumbido estridente, como el de un abejorro se interrumpía, sonaban los cristales de la ventana cerrada como si alguien arrojase piedrecitas, y recomenzaba, penetrante, acompañado de un "¡¡zzzzz!!""¡¡zzzz!!", yo diría de desesperación.
Era uno de los colibríes, que sin duda había entrado por la puerta y no acertaba a encontrar la salida. Por lo demás, los techos muy altos quedaban por lo menos a un metro y medio de los dinteles y el animalito sólo atinaba a subir, volar en círculos y estrellarse contra la claridad de la ventana. ¿Qué podía hacer yo por él? Pensé en esos embudos de tul para cazar mariposas. Pero ¿dónde hallar semejante cosa antes de que el pajarito se matara?
Se me ocurrió arrimar un taburete a la puerta de entrada y desde allí, trepado de modo que mi cabeza quedaba un poco más arriba del marco de la puerta, más o menos a la altura por la que volaba el picaflor, con la mano derecha cerrada a la altura del pecho de modo que sólo quedaba extendido el dedo índice, empecé a imitar sus "¡¡zzzzzz!!", agregándoles breves íes que sólo expresaban mi propia angustia. Fueron apenas unos segundos. El pajarito voló hacia mí, bajó, se posó en mi dedo índice y salió disparado por la puerta, chillando de alegría. Su pareja acudió de inmediato y sosteniéndose, quietos, vibrando en el aire bajo el tibio sol, los vi besarse.
Y digo que sé de colibríes más que muchos, porque no creo que mucha gente haya tenido a uno de ellos, posado en su dedo índice, siquiera por un brevísimo instante. Su peso era el de un alma.

El País Cultural Nº 279
Montevideo, Uruguay
10 de marzo de 1995

Alfredo Zitarrosa - "Por si el recuerdo" (Doce Cuentos) 


A continuación selección muy personal y por lo tanto radical y por lo tanto arbitraria  de algunos videos de  sus canciones. Se peca a sabiendas y en voluntad , de falta de objetividad. Su obra escapa a cualquier selección. Es hermética. Es indivisible.  Es  cruda emoción.

  












Becho Eizmendi nacio en Lascano, ciudad al norte del Departamento de Rocha, Uruguay, y tiene mil anecdotas de su viaje europeo como musico bohemio callejero  que logró cortar el tránsito en Alemania tocando su violin para recojer monedas. Fue primer violín en La Filarmónica de Berlin,  e  integró la del  Teatro Solis de Montevideo. Murió en Rocha, acompañado por unos pocos amigos, fue un gran músico y extraordinario ser humano, ignorado por los suyos y rescatado en esta cancion, gracias a Alfredo Zitarrosa quién fuera su amigo.











  • Tambien ,como a otros personajes  de mi país, Artigas incluido , El Cuarteto de Nos, desde la irreverencia y la ternura  han  dado  a Zitarrosa su espacio  de  grande.






Llegando al final....su testamento existencial



Si algo soy, soy oriental

y ese es mi mayor orgullo;

más que flor quiero ser yuyo

de mi tierra bien prendido...

del pueblo, sólo un latido,

de su andar, sólo el murmullo


(de Diez décimas de autocrítica)


¿Qué cosas le gusta hacer a Alfredo Zitarrosa?

Le preguntaron en cierta oportunidad en Argentina y fue publicado en su momento en el Diario Clarín de Buenos Aires . Meditó un momento la pregunta, y luego contestó:

"Pensar, leer, escribir, disentir de buena fe; fumar, beber, tomar mate, caminar, la temperatura de 25 grados, pescar, criar animales y plantas, los colores verde y ocre, los olores a nafta, a bosta fresca, a limón, a humo de madera; el razonamiento de los niños, las posaderas de mi mujer, buscar un acorde en la guitarra, mis buenos recuerdos, los malos también, cuando son claros; estar solo, viajar en ómnibus por la ciudad, el truco y la carambola, mi perro, mis manos - a veces - que se parecen a las de mi hija, algunos objetos que conservo: cajitas, huesos, dibujos, papeles escritos, libros que he leído mucho… ¡Mil cosas más! El campo a toda hora, el ruido de un motor afinado, las ciencias naturales, algunas voces humanas (la mía no), mi lugar de trabajo, la gente honrada, sincera y generosa; los limpios, y por sobre todo, compartir con ellos todo lo que más aprecio y hasta casi todo lo que amo."

 

Y queden al final de este reencuentro con Zitarrosa y su memoria,  estos versos suyos casi que avisando...

Pájaro rival


No me cantes, ni me digas
cómo es tu canto, el antiguo
canto de cuarenta siglos
que no sé cantar ahora
porque la noche y la hora
de cerrar el almacén
son como canto de tren
riel y riel
noche sonora
que no te deja dormir
ni soñar
ni pensar
ni morir
ni vivir.
..........................................................................

Por sanar de una herida
he gastado mi vida
pero igual la viví
y he llegado hasta aquí.

Por morir, por vivir,
porque la muerte es más fuerte que yo
canté y viví en cada copla
sangrada querida cantada
nacida y me fui...






Bajo Fondo Tango Club, en vivo, en Los Angeles, California, USA.  Junio 11 de 2008

 


Alfredo Zitarrosa... hasta siempre.

4 comentarios:

  1. Excelente articulo, conmovedor, me encanto, felicitaciones!!! Zitarrosa por siempre

    ResponderEliminar
  2. Estimado Evaristo: Zitarrosa le dió luz a una época que por estas tierras ofrecía unicamente desencanto. Su cantar ayudó a rescatar de la caja de la amiga Pandora, lo que iba restando de Esperanza. Gracias por tu comentario.

    ResponderEliminar
  3. Estimado Julio, muchas gracias por tu cálido aporte. No se ni como vine a dar acá. Creo que gugleando tras los doce cuentos de Alfredo. Por agradecerte quiero compartir contigo lo que sigue. No es normal para mi estar solo y al tiempo estar sin nada que hacer.
    Hoy fue en ese sentido un día excepcional. Llevo una diez horas de soledad y las he dedicado a escuchar a Alfredo y a dar lugar a muchos de mis recuerdos, algunos de ellos con él compartidos. Le conocí, compartimos algunos días en Lima, más adelante ya exiliándose en Bs Aires y otrs veces antes en Montevideo con motivo de algunos actos políticos con los que colaboró. Pero recién hoy por primera vez he tratado desde el recuerdo y las letras de sus canciones, de llegar más allá, ir profundo como él dice de la tararira y de alguna forma entenderlo mejor. Hoy he sentido muy cerca su tristeza angustia dolor y también esa dulzura que de él emanaba en su canto y en su gesto. De esta tarde me queda un poco de esa mezcla y la alegría de haber podido volar un rato a su encuentro. A tí nuevamente gracias.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Estimado Adolfo: soy yo quien agradece tus sentidas palabras. Solamente los grandes seres humanos como Zitarrosa tienen la magia de producir desde el recuerdo y la memoria estos raros y extraordinarios encuentros entre dos personas , como tu y yo, que sin conocerse, se emocionan juntos y a su alrededor. Recibe mi estima y mis saludos afectuosos .

      Eliminar

Muchas gracias. Los comentarios son bienvenidos y enriquecedores

No olvides visitar mi otro blog