miércoles, 4 de febrero de 2015

El vano intento de exotizar lo exótico

 

 

 

  El libro, Before they pass away - "Antes de que desaparezcan"- del fotográfo  Jimmy Nelson  nacido en el Reino Unido,  lujoso esfuerzo editorial de titulo por lo menos pesimista  en ominoso aire  de obituario premonitorio y que motiva estas reflexiones contiene a la curiosa  y distraida mirada plástica un catálogo  de excelentes  fotografías, de por si extraordinarias en lo  técnico y encomiables desde lo artístico ,  producto del eficiente trabajo profesional de Nelson. 

 Sucede no obstante, desde nuestra opinión,  que a la hora de ser miradas  desde la ciencia etnográfica , siempre sensible, obligadamente alerta  ,ciertamente pierden legitimidad y  quedan veladas de nulidad,aprehensión disciplinar ésta en nada paranoica, patalogía,si lo fuere, responsabilidad de una realidad adquirida luego de un  largo y doloroso proceso histórico  donde la construcción de estereotipos y prejucios sobre el Otro recién conocido y su cultura provocaban sustos, espantos y por supuesto todo tipo de mezquinos cuando no perversos intereses, y sin excepción todos, sean los ingenuos o los no tanto, alimentados desde severos sesgos   de soberbia mirada blanca  occidental y europea.

Así se conquistaron y colonizaron las nuevas tierras. Y se las despojaron  dejando por el camino genocidios y etnocidios que no a todo el Universo importan y /o ocupan. Desgraciadamente. La historia es en su mayor parte, con honrosas y tan destacables como de poca difusión,  un relato escrito desde un hemiplégico espacio académico donde aún impera la voz y discurso traido a bordo de las pequeñas y tontas carabelas que nos trajo a Colón y sus mercenarios secuaces.

Nada de esto es nuevo. Tampoco es afán ni pretensión de estas líneas innovar. Tan solo afán y necesidad intelectual de comunicar inquietudes tratando, porqué no, de provocarlas. Es algo que tiene data larga,  que nos viene de tiempos ha,  tiempos de discusión más de dogmas y revelada fé que de racionalidad científica, cuando se mesaban barbas y estrujaban racionalidades en doctos salones cuestionantes de  la humanidad de seres recientemente conocidos  en ignotas tierras y se mensuraba su pobre postulación y  escasa probabilidad de  calificar cual hijos de Dios y por tanto ausente  la necesaria alma catequizable. Por tanto de viejo y coronado derecho español, esclavizables. Por tanto mercancías y riqueza. 

Tal antigua concepción intelectual permisiva a  invadir al Otro diferente,  a exhibir    su cultura trasladando a aquella sin traducción alguna,  los valores occidentales de mercado como  un insumo  , desde una posición dominante , perdura en el presente, sin demasiados lamentos,  subliminalmente a veces, facilmente explicita en muchos otros,  y así lo vemos en este libro, como también lo vemos a diario en la invasión permanente  a la intimidad y privacidad de las comunidades pobres, de las minorías, de los  fuera del modelo y acompaña sin demasiados cuestionamientos el imaginario colectivo de las naciones poderosas y sus aparatos de producir conocimiento y opinión, llamensé, sus escuelas, sus colegios, sus universidades, sus editoriales, sus empresas periodísticas, etc. por supuesto que de mayoría blanca, cristianas y occidentales cosa que  viene y permanece solapada    desde aquel illo tempore de  los primeros contactos  colombinos con los pueblos tradicionales en  una construcción del Otro diferente pero , of course, inferior.  

 Tales fotografías,  producidas siguiendo rígidos  guiones esquematizados con dureza  desde las frías técnicas del arte visual , ausente de todo extrañamiento, ajena  a la cotidianeidad  de cada cultura y sus contextos , es realmente el vano intento de tomar, de aprehender en un clik de diafragma , la Cultura,  "ese todo complejo" del que ya nos hablaba Tylor en el XIX,   rozando la carnavalización , desalojando en el intento toda comportura en el   escenario cultural   y  toda  legitimidad a   la mínima crítica epistemológica y resiente   toda  posibilidad de validez antropológica , no obstante que  conduce  al lector común y usuario de dicho material,  no entrenado cientista social ,a engañosas interpretaciones. 

Hay fuertemente instalado en el poderoso, al título que este poder se manifieste, la idea que quiero estimar  sea por lo menos  ingenua, de que a la casa de nuestros vecinos culturales, a las cuales nuestras etnocéntricas leyes del mercado capitalista ,  califican  de pobres, pueden graciosamente invadirse y esperar beneplácito y agradecimiento de los anfitriones. No importa si existe o no retribución material. Realmente no está el peso y énfasis de nuestra reflexión. Parece reproducir  una suerte de moderna y globalizada  pernada que otorga derechos a  penetrar profundamente al interior de modos de vida, de símbolos, de cosmovisiones, ethos inconmensurables aún donde el esforzado extrañamiento de los profesionales de la antropología social que se arriman con humildad y respeto lo intentan y poco  logran. 

También estos eventos , que en definitiva lo son y trascienden al libro, ese otro "haber estado allí" que tanto convoca en presentaciones,  congresos y salones a la anécdota soto vocce , en off, fuera de cámara, siempre peyorativa , aún cuando hipocresía profesional y corporativa de por medio, nadie critique publicamente aquellos desagradables olores, la repugnante comida y las incompartibles costumbres soportadas en bien del logro exitoso  que genera prestigio y status. Y por supuesto dinero contante y sonante. Desde los Diarios del conde polaco Malinosky nos llegó algo de esto. A veces es bueno releerlos. 

Espero algún día poder recorrer las etnias visitadas por Nelson y escuchar de ellos, en sus risas y burlas, las escenas acordadas para satisfacer al hombre blanco que  inventaron en la intimidad de sus casas de hombres y en sus viviendas. Son gente. También ya llegará, me imagino los tiempos, en que otras culturas, pretendidamente superiores,  vengan a la nuestra a... ¿fotografiarnos? y luego  mostrarnos en grandes libros ,  y quizás podamos entonces vernos en nuestra exacta dimensión, en nuestras locuras, en nuestras aberraciones, en nuestras irracionalidades, pero también en toda la inconmensurable dimensión de nuestra cultura, que quizás nuestros observantes tengan por primitivas. Veremos cuántos abrimos las puertas de nuestras doradas residencias y  permitimos fotografiar esa,  nuestra cotidiana estupidez. Y por supuesto, los senos desnudos de nuestras blancas mujeres .

Del tema con claridez y acierto teórico encara el ensayo periodístico que colgamos a continuación opinión y reflexiones   del prestigioso antropólogo británico Stephen Corry, director de la ONG Survival . 

Con él , con su pluma prestigios, quedan.

 

 

 

El insolente despropósito de un libro sobre pueblos indígenas y tribales

Hay cientos de libros de fotografías de gran formato sobre pueblos indígenas y tribales pero quizá ninguno tan extremo -o extraño- como el de Jimmy Nelson Antes de que desaparezcan (Before they pass away, en su versión inglesa, editado por teNeues en 2013). Es sin duda el más voluminoso, con sus 4 kg, y el más caro: comprarlo en España cuesta 128 euros. Aunque en el fondo esto es una ganga si lo comparamos con la edición para coleccionistas (6.500 euros) o con una impresión individual (119.000 euros).

Según se nos informa, Nelson pretendió "buscar civilizaciones ancestrales (...) y documentar su pureza en lugares donde la cultura inalterada todavía existe". Nos enteramos por su página web de que "encontró a los últimos integrantes de una tribu y los observó. Sonrió y bebió sus misteriosos brebajes. Compartió lo que la gente real comparte: vibraciones invisibles pero palpables. Sintonizó su antena en la misma frecuencia que la de ellos. Mientras la confianza crecía una comprensión compartida de la misión se desarrolló: el mundo no debe olvidar nunca cómo solían ser las cosas". Está de más decir que las culturas que encontró han permanecido supuestamente inalteradas durante miles de años.



En lo que se traduce esta sandez es en una serie de fotografías de indudable belleza y dramatismo de dos decenas de pueblos, sacadas con una cámara de gran formato y con placa de vidrio. Los sujetos posan como si fueran modelos en los salones de publicidad donde Nelson desarrolló su carrera. Los pueblos tribales (que por algún motivo incluyen a tibetanos y gauchos o cowboys sudamericanos) son retratados, en gran medida, como si fueran lo más diferentes posible a nosotros. No solo en lo relativo a vestimenta y decorado, sino también en cómo se les pide que posen. Un ejemplo: Nelson tuvo la alocada idea de que indígenas vanuatus posaran todos en un árbol.



Este es un problema inherente al libro: ¿fue acaso el mundo alguna vez así? ¿Son las fotografías una representación real de alguien? ¿O son, al menos algunas, meras fantasías de un fotógrafo que guardan muy poca relación con la apariencia actual de estas personas o con la que tuvieron alguna vez?
Por supuesto, representar a las personas de forma más exótica de lo que realmente son es una tradición muy añeja. Probablemente el primero y más aventajado exponente de este estilo fue Edward Curtis, quien fotografió a indios norteamericanos en los albores del siglo XX (y con quien Nelson a menudo se compara).




Nuestra visión de estas tribus se mantiene arraigada, en gran medida, a las inmortalizaciones de Curtis de deslumbrante belleza humana y, sí, de clara nobleza.
Como muchos fotógrafos desde entonces, Curtis no quería que objetos manufacturados de occidente arruinaran su retrato así que los sacaba del encuadre durante las tomas o más tarde en el cuarto oscuro.



Hizo posar y describió a los indígenas como si hubiera estado allí una generación anterior. Los hombres se presentan como invariablemente valientes o aguerridos y suelen ir ataviados con todos los atuendos ceremoniales. A esta estratagema la denomino la táctica Curtis. Es omnipresente en el imaginario de los pueblos indígenas pero puede resultar dañina, especialmente cuando se pasa por alto el contexto real, como explicaré más adelante.



Pero antes me pregunto: ¿cuán reales son los retratos de Nelson? En sus fotografías de indígenas huaoranis de Ecuador los mantuvo desvestidos, a excepción del tradicional cordón que atan alrededor de su cintura. Los indígenas no solo son despojados de su vestimenta cotidiana, sino también de otros ornamentos manufacturados como relojes y pinzas de cabello. En la vida real los huaoranis contactados suelen vestirse con ropa desde hace al menos una generación, a menos que se disfracen para los turistas. Y precisamente las fotografías de Nelson fueron tomadas en una comunidad del río Cononaco en la que se fomentan las visitas turísticas desde la década de 1970. En este caso, Nelson no se limita a emular a Curtis al fotografiar a personas tal y como se veían hace una o dos generaciones, sino que va más allá porque sus modelos huaoranis femeninas preservan ahora su modestia con hojas de higuera que atan a los cordones que rodean su cintura, algo que nunca habrían hecho con anterioridad: las imágenes parecen un retroceso a una era pasada, pero resultan ser también una invención contemporánea.



Todo ello importa en parte porque Nelson defiende haber capturado el hecho etnográfico. Va más lejos y asevera con arrojo que su trabajo representa algo que otros no han conseguido transmitir. Si realmente quieres saber cómo son estas personas se supone que deberías creer que las fotografías de Nelson te aproximarán más y con mayor profundidad que otros retratos a ellas. Se trata de un insolente despropósito, presumiblemente planificado por sus publicistas, y a uno solo le cabe esperar que engañe a pocos observadores sensibles.
Existe un problema adicional: desde el título en adelante se nos dice, equívocamente, que estos pueblos están "desapareciendo". Se presume que el libro debería ser un "catalizador para algo mayor. Si pudiéramos iniciar un movimiento global que documentara y compartiera imágenes, pensamientos e historias sobre las formas de vida tribales nuevas y antiguas, quizá podríamos evitar que parte de nuestro precioso patrimonio cultural global se desvaneciera".

Este mantra vacuo, o alguna variante, se ha convertido ahora en parte de los problemas que afrontan los pueblos indígenas. Pareciera que basta con fotografiarles o grabarles en vídeo para salvarles. Esto sugiere que su desaparición es algo natural y el resultado inevitable de la historia, una realidad que puede llorarse tal vez, pero no evitarse. ¿Para qué tomarse la molestia? Como ilustró hace mil años el rey Canuto, la lucha contra la inexorable marcha del tiempo y de la marea no tiene sentido.

Pero la realidad es que muchos pueblos indígenas minoritarios, especialmente los tribales, no están "desapareciendo": más bien podría decirse que se les está haciendo desaparecer por medio de nuestro robo ilegal de sus tierras y recursos. Los mursis de Etiopía ("considerados como una tribu primitiva", según Nelson) son arrancados de cuajo de sus tierras para dejar paso a agronegocios dirigidos por el estado, aunque no encontrarás mención alguna al respecto en su libro. Las tribus del valle del Omo, sobre las que Nelson piensa que "llevan una vida simple", afrontan lo que llama "serias preocupaciones sobre el impacto de una gigantesca presa". Con certeza es así: las "preocupaciones" consisten en que están siendo expulsados de su tierra y, si protestan, se les golpea y encarcela. Todo ello a manos de un estado como Etiopía que es el principal receptor de ayuda internacional procedente de Estados Unidos y Reino Unido. Si eres de los que piensa que esto último es garantía de que los derechos fundamentales se respetan en la zona, piensa de nuevo: simplemente estamos haciendo oídos sordos, como suele ocurrir.
Nos encontramos ante un patrón recurrente. La sección de Nelson sobre los tibetanos no hace referencia alguna al hecho de que su país fue invadido y anexado a China, la cual mantiene su control a través de una férrea represión. Lo mismo se aplica a las tribus de Papúa Occidental, violadas y asesinadas bajo la ocupación indonesia. Nuevamente este tipo de datos se omiten en el libro de Nelson donde se nos informa, sin embargo, de que los danis "han sido considerados la tribu cazadora de cabezas más atroz de Papúa". Un apunte este que provoca un daño aún más ofensivo y que fue pregonado por empresarios para atraer a turistas incautos: los danis no han sido "cazadores de cabezas". Como expresa un representante de la tribu, Benny Wenda: "Es hora de que se ponga fin a estas mentiras sobre nosotros y de que la gente se dé cuenta de que el verdadero salvaje aquí es el Gobierno de Indonesia". Nelson también nos cuenta que el país independiente de Papúa Nueva Guinea es un "lugar feroz con pueblos inherentemente salvajes". Dado que Nelson trabaja bajo el engaño de que la mayoría de las tribus de allí devoran a sus enemigos uno podría adivinar por qué considera que son "salvajes".



¿Se entiende el concepto? En algún lugar muy lejano hay gente "pura" pero "inherentemente salvaje" y deberíamos estar agradecidos a Nelson por desafiar las duras peregrinaciones que tuvo que soportar para regalarnos, a un precio considerable, sus "vibraciones palpables" antes de que se desvanezcan para siempre.
Y no obstante, a pesar de los crímenes atribuidos a tantos pueblos indígenas ocurre que, irónicamente, pocos de los sujetos retratados por Nelson están desapareciendo en modo alguno. Los huaoranis, por ejemplo, sobre los que Nelson absurdamente afirma que "se consideran a sí mismos (...) la tribu más valiente de la Amazonia", son un buen ejemplo. Han visto parte de su tierra devastada por la explotación petrolera y otras áreas están amenazadas, pero algunos de sus territorios están aún bajo su protección y su población se ha cuadruplicado en la generación que ha transcurrido desde mi última visita.

El trato criminal, y a menudo genocida, hacia muchos pueblos indígenas se mantiene sustentado por un retrato que nos genera poco más que melancólicos remordimientos por la historia perdida. No hay nada de malo con la nostalgia, por supuesto, pero sí con presentar los crímenes de lesa humanidad como otra inevitabilidad histórica, tan natural e imparable como la marea creciente de Canuto.
Las realidades de las masacres en contra de los pueblos indígenas, como en Etiopía o Papúa Occidental, no deberían ocultarse del encuadre de la fotografía. Son atrocidades, como la esclavitud o la mutilación genital femenina, que deberían ser expuestas y ante las que deberían oponerse todos los que creen en los derechos humanos fundamentales.

Todos estos aspectos que Nelson trabaja funcionan como parte del problema en lugar de hacerlo como parte de alguna solución. Si sus imágenes se ven como si fueran del siglo XIX es porque lo parecen. Portan el eco de una visión colonial que preserva su efecto profundamente destructivo en pueblos que intentan rechazar su dominación. Nelson sin duda debería resintonizar su antena nuevamente porque, pese a cualquier otra cosa que su trabajo pudiera ser, el reclamo de hallarnos ante un "registro etnográfico irremplazable de un mundo en rápida desaparición" es incorrecto desde, prácticamente, todos los puntos de vista.


Tomado de : Stephen Corry es director de Survival International, el movimiento global por los derechos de los pueblos indígenas y tribales, y autor de Pueblos indígenas para el mundo del mañana.
www.survival.es

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