martes, 10 de febrero de 2015

Sueños y gallinas. Cuento




 

El cuento que dejo a la lectura y  juicio de quien disponga de tal paciencia, me pertenece en el reducido sentido de haberlo escrito. Que vaya a saber y saberse nunca, en que recovecos de mi y mis peripecias existenciales se fueron gestando, tomando forma y alma estos personajes y escenarios, que son para el caso únicos, pero para el mundo real, innumerables. Tan poco cuantificables como el dolor mismo, como la injusticia, como la indiferencia  demasiado frecuente y presente a   pesares y sufrimientos ajenos.    Ha tenido este pequeño  texto,  precisamente él que nació sin pretensiones, que solamente tenía como propósito satisfacerme en ese gusto que tengo por escribir, especialmente cuando  fabrico mi mundo propio, mientras el de afuera, además de oscurecido por la noche, casi que tranquiliza y mucho de él duerme, la fortuna, se supone que buena, de ser elegido y premiado en el Concurso de la Asociación de Escritores del Interior-Uruguay- AEDI, como primer premio en la categoría Cuento, para su 36ª edición del Concurso Literario anual 2014 Dr. Alberto Manini Rios. 



                                      

 Sueños y gallinas    -  Cuento -
 
Las sombras en el interior de la humilde vivienda, no impedían, aún en la dificultad propia de esas primeras horas del día en que todo lo agigantan y alargan, que se recortara en el contraluz - suerte de torpe garabato - la figura de la mujer ; quieta, sentada, esperando.
Mediana de edad, apenas cuarentona, su aire de cansancio y desaliento le cargan años y apariencia de vejez, costos de vida dura, de gente pobre, de pueblos tristes, señales que la acompañan estampadas en su persona.
 La piel de su cara es oscura de intemperie, y la recorren sin piedad arrugas que parecen tatuar y recorrerla con huellas de recuerdos sin fecha , de váyase a saber que sacrificios y cuales penas ; pero en este momento, su rostro , donde destacan y brillan sus ojos alertas y secos , es una máscara inexpresiva .
Está ajena y quieta , toda actividad vital, aún su respiración es tan sosegada que casi no se percibe. A su alrededor, en tanto, el tiempo, inexorable e indiferente a toda voluntad humana, hace su trabajo retirando pausado la noche , y cual terco mercader , comenzar la gestión del nuevo día , inmutable y previsible para él , para la gente en cambio, que comienza lento a hacerse sentir por el caserío, renovará de seguro, una vez más, su interminable surtido de contingencias e incertidumbres .
Las manos de la mujer, también esperan. Fuertes , callosas ; pura memoria e historias de incontables trabajos , de dolidos dedos de frío y escarcha, de palmas sacrificadas en trabajo hombruno, luchando con la dura tierra ,vuelta y revuelta del pequeño huerto proveedor, detrás de su rancho, brava cosecha hecha de sudor y de riñones deshechos, siempre en procura de comida para ella y su cachorro. También muestran , atravesadas de venas y manchas, las viejas huellas de inoportunos sabañones , dolorosos hasta las lágrimas al tironeo del ordeñe ,en las opacas primeras luces de cada día, de todos los días, siempre sola pero siempre acompañada de los balidos lastimeros de terneros con hambre , llamando a sus madres . Como su hijo. Están ahora ahí, quietas y ociosas sobre su falda . Parecen muertas, si no fuere que cada tanto, imperceptibles temblores las recorren, delatando , desleales a su voluntad , angustia y ansiedad .
Cada tanto, adquieren súbita vida y estrujan nerviosas las ajadas hojas de cuaderno, apiladas en desórden una sobre otra sobre su falda; arrancadas en apuro y escritas en letras dibujadas lentas, con esmero, redondas y rotundas , ausente la soberbia suficiente que da la práctica.
El nervioso manoseo ha hecho su trabajo y se notan borroneadas. Las palabras tienden a esconderse mimetizadas y cómodas en los desvaídos colores de la tela de la sufrida pollera sobre la cual descansan. Tela que fuere de muchas flores y fuertes colores primarios ,ahora marchitas y envejecidas, maltratados como su dueña en el rigor de los tiempos y en la acción de los rústicos jabones caseros. Lejos están en sus recuerdos , pero allí nomás cerquita en su alma , aquel momento en que esas mismas flores bellas y coloridas atrajeron su ingenua mirada enamorada en alguna olvidada tienda de pueblo, metamorfoseada luego con ingenua ilusión de novia, en éste su deslucido batón de barato algodón, que hoy, ya desilusionado viejo compañero de tantas cosas, la acompaña en la espera.
Inquisitiva y adusta, confusa ante la realidad que presiente , espera; mira cada tanto a través de la entreabierta y desvencijada puerta de madera de frente a la solitaria calle de tierra , que culebreando, viene y sube a través del caserío desde el centro del poblado. O fija y deja su vista en el montoncito de papeles apretados en incertidumbre entre sus manos. Le traen esa caligrafía que bien conoce , desde los tiempos de poco tiempo y mirar apurado, entre tarea y tarea, aquellos cuadernos desganados que iban y venían entonces de la escuela, forrados ya en grises papeles ajados en desinterés y desesperanza.
El muchacho, su muchacho, fue siempre difícil. Y distinto. Desde sus primeros pasos vacilantes, tomado fuerte del dobladillo de su larga pollera protectora de madre sola, o más adelante en sus tiempos vitales, sumido taciturno en interminables espacios solitarios, o en estos tiempos recientes, construyendo día tras día su extraña vida hermética cargada de silencios y pensamientos.
También ha sido siempre, un buen muchacho para con los demás y un buen hijo para con ella.
Tampoco los tiempos de escuela, hicieron las cosas fáciles o mejores. Ni el vecindario, con su sociabilidad siempre teñída de necesidades y atravesada de mezquindades, que con ella viajan de seguro, siempre. El caserío, anárquico tablero de ranchos dispersos aquí y allá en una urbanización absurda, todos tristes de puro pobres. Todos indiferentes a otra cosa que no fuere su diario competir con la dura vida. Tampoco el pueblo próximo mejora las cosas, igual de feo rancherío disperso , dormitorio de viejos desesperanzados, ya maltrechos excedentes del mundo trabajo, olvidados de todos, esperando la muerte y el fin de sus penas y enfermedades , o de algunas pocas mujeres jóvenes, avejentadas de tanto parto y pesadas tareas de mujeres solas, algunas, dudoso privilegio de la vida, a la espera de sus hombres diseminados durante la semana en el trabajo duro de las estancias cercanas, siempre en la expectativa temerosa de encuentros que traen el sustento, pero también obligación de satisfacer demanda urgente de simple sexo . Y mucha , mucha y abundante caña brava y bares de mala muerte . Las más de las veces entonces, visitas proveedoras de algunas monedas y también de nuevas penas y nuevas lágrimas.
A medida que crecía, el mundo de su muchacho, parecía quedar cada vez más alejado de la realidad , permanecía mucho tiempo ajeno totalmente a ella, cada vez más distante, ubicado su mundo en ese infinito que solo miden y dan distancia las nubes en el firmamento. O las eternas estrellas siempre guiñando que parecían embrujarlo. A ellas dedicaba noches largas contemplando, absorto ,solo. Tiempos incomprensibles en entornos sin tiempo a la contemplación y menos al silencio. A veces lo sentía en paz y eran tiempos de garabatear , casi sin luz, en noches interminables, estos mismos papeles que ahora, mudos e ininteligibles mensajeros , acaricia amorosamente entre sus manos.
Las vecinas, un puñado de mujeres simples, de pura y dura cultura de rancherío , dolorosos escenarios humanos que como dobladillos costurados aparecen en las afueras marginales de los pueblos. Las buenas en intención, le aconsejan, bien guardadas distancia y respeto, que quizá fuera bueno lo hiciera ver . Que cerca de allí, en rancho vecino, la comadrona podría darle algo. 
Que algo parecía no andar bien en su cabeza -decían-.
En tanto , las lenguas crueles, abundantes en el vecindario, miraban de soslayo, y a sus espaldas - y no tanto - se burlaban de su comportamiento y alejaban aparatosamente a los niños de su proximidad. Otras , no pocas, tejían en voz baja, raras historias acerca de la desaparición nunca bien aclarada del padre, esfumado de un día para el otro para siempre . Muy borracho, violento y pegador, también decían.
Por eso, por conocerlo bien, por saberlo severo y serio en su conducta, maduro para sus 20 años, no le parece extraña ni fuera de lugar aquel montoncito de hojas escritas encontrado sin otra despedida, encima del catre amanecido y sin deshacer . Pese a que , bien que lo sabe su muchacho, ella no sabe leer.
 Por eso, resignada en la certidumbre de tantos años en que nunca tuvo de compañera la posibilidad de cambiar tiempos presentes ni precaverse de los futuros, espera en pesadumbre. Sabe que el contenido de estas hojas con textos a ella ininteligibles, no son lo importante, son el mensaje . Por eso también sabe- y eso es lo que espera , que algo de un momento a otro sucederá, alguien, de un momento a otro, vendrá. Desde ayer de tardecita espera. Pasó la noche sin dormir y ya es mañana. No está cansada. Está muy triste.
No muy lejos, el otro pueblo cercano, hermanado en pobreza aunque pretencioso de ferrocarril y estación de trenes, de club , de Juez y policía, despierta lento. Los agentes en la Comisaría, también comienzan a moverse lentos y amodorrados . Ha sido una noche difícil, inusual jornada larga y trabajosa. Sus rutinas, que se construyen generalmente desde la expectativa y el escaso quehacer , con tiempos y hábitos determinados en las pocas cosas que acontecen en una población pequeña y tranquila. Pocas son las novedades . Menos común lo es aún que alguien elija el pueblo para suicidarse arrojándose al paso del tren. Pero lo extraño , lo inesperado, nunca para nada socio de lo imposible, sucedió esta vez, sacudió la rutina y reunió muchedumbre.
 No fue fácil el después. La muerte siempre es un desorden para los vivos. Se llenó el lugar de burocracia; de intentos nerviosos y apurados de identificar el muerto, cosa casi imposible desde aquella masa informe de carne y huesos triturados y siempre , la presión del apretujado círculo de morbo, cerrándose y encerrando cada vez más a juez y policías en un estrecho espacio alrededor del muerto, en un intento obsesivo y extraño de ver . En ese nervioso ir y venir de gente moviéndose sin saber muy bien a donde ni porque, se fue estirando y consumiendo gran parte de la noche .
Por las ropas al fin, alguien ,- que atrevido miró debajo de la oscura y manchada frazada mora- pronunció entre dientes, nervioso, una identidad probable y de a poco, retirado el cadáver, retirada a su casa la gente llena de comentarios, todo pareció volver a su normalidad.
La mañana se viene rápido y con ella aumentan progresivamente los ruidos propios de pueblo chico. . Algunos perros lejanos que ladran, quizá en reproche a su libertad perdida . Algún que otro relincho de caballos madrugados para el trabajo y balidos quejumbrosos de terneros exigiendo impacientes las tetas de sus madres alejadas y atadas para el ordeñe. También muchos gallos, cantando fuerte en reclamo de sus derechos y mucha gallina recién montada acomodando plumas y cloqueando apuradas e impertinentes en busca de la comida diaria.
 En la extraña sincronía que los asuntos del espíritu atan muchas veces en azar con la cotidianidad transformando lo común en extraordinario , la madre vio venir , lejos aún en el camino , aquel policía en aburrido aire de mal dormido, buscando , papel en mano preguntando aquí y allá , en tanto a kilómetros de distancia de allí otro colega asomado madrugador a la ventana de la comisaría observa , al principio sin comprender , aquella cantidad de gallinas reunidas comiendo, ruidosas y alborotadas sobre las vías solitarias 
 Allí donde aún quedan señales de noche de mucha gente pisoteando el lugar ,incontables restos de cigarrillos nerviosos, de papeles estrujados, escena de nervios y morbos, allí en el lugar exacto donde el muchacho fue triturado por la negra mole de la locomotora, cuyo silbato esperó paciente, en aparente calma , sentado mirando el cielo, allí sobre las aceradas vías brillantes de uso parecían haberse reunido todas las gallinas del pueblo . Amontonadas , empujándose agresivas , peleándose entre sí, cloqueando y aleteando alocadas, en ruidoso y furioso desorden, se persiguen y se ahuyentan , picotón a picotón , entre aletazos y plumas desprendidas que quedan suspendidas en el aire, mientras voraces , pelean cada mínimo reseco coágulo de sangre, cada minúsculo trozo de piel, cada irreconocible trozo de carne y grasa triturada de aquel inesperado festín, y que no bien logran , huyen lejos defendiendo el despojo .   La batahola dura poco, lo que el horror demora en ahuyentarlas, y todo parece volver a la normalidad. El sol se instala con autoridad sobre el paisaje. Las vías sobre su alto terraplén de tosca, se van juntas y lejos hasta una distancia que parece infinita, y allí , como los sueños , desaparecen .
 

Julio Viana
Montevideo, noviembre 2013.







2 comentarios:

  1. Pude conocer hace más de un año un relato perfecto en la economía de sus recursos y la contundencia de su contenido.
    "No vi la mano,sentí el cuchillo".Ahora estas gallinas rapaces apropiándose de los sueños convertidos en grasa y nada,dejando atrás a una mujer,como las de Rulfo,pero escrita con más amor y misericordia,dicen de un narrador...y como no me gusta adjetivar me saco un simbólico sombrero

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  2. Estimada Susana: por supuesto que recibo y muy gratificado devuelvo mi sentir ante tu comentario; pese a saber de tu generosidad, también sabe y conoce de tu fina sensibilidad intelectual, por lo que doblemente satisfecho por lo que dices y como lo dices. Quizá lo más importante a mi texto, es tu encuentro y rápido contacto emocional con esa pobre mujer sufrida de la vida, en triste vela , anticipando desgracias . Realmente muchas gracias . Tus palabras son una opinión muy calificada.

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Muchas gracias. Los comentarios son bienvenidos y enriquecedores

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